Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo
En ese mismo tiempo, Hoxha decidió ir también a por el almirante Teme Sejko, que era el jefe de la Marina albanesa. En mayo de 1961, Sejko fue acusado de ser un agente de los griegos, de los estadounidenses, de los yugoslavos y de los italianos; lo que se dice un espía multifunción. Salvajemente torturado, el almirante admitió todas las acusaciones. Fue condenado a muerte pero, la verdad, estaba tan hecho polvo por la tortura que la cascó antes de poder plantarse en el paredón. Tiempo después Sokol, el hijo menor de Sejko, fue acusado de haber intentado volar una planta textil, y ejecutado. Otro de sus hijos fue condenado a ocho años por distribuir propaganda contra el Pueblo. Shpresa Sejko, la mujer del almirante, se suicidó unas pocas horas después de que su marido fuese arrestado. Sólo sobrevivió Raimond, el hijo mayor, que emigró a los EEUU en la última década del pasado siglo.
Los nuevos amigos de Tirana, los chinos, nunca parecieron tomarse
muy en serio aquella amistad. Ni Hoxha visitó nunca China, ni Mao Zedong se
acercó nunca por Albania. Sin embargo, a partir de entonces Hoxha quiso dejar
muy claro que al valorar a Albania más le valía al mundo tener en cuenta su
relación con Pekín. Solía decir en sus discursos: “Nuestra fuerza no es que
somos dos millones, sino que somos 1.002 millones”. O sea, como el chiste de los 2.002 indios, aproximadamente.
China insufló en Albania un montón de recursos y capacidad
económica; pero también inculcó el maoísmo en toda su sazón, es decir, la
llamada Revolución Cultural. En manos de Hoxha, la Revolución Cultural, que ya
era de por sí un proyecto rabiosamente aislacionista, se convirtió en algo
paranoide. En muy pocos años, los albaneses, convencidos de que cualquiera
podría atacarlos porque todos eran enemigos, construyeron nada menos que
750.000 búnkeres. El tema duró hasta 1978, es decir, hasta la normalización de
las relaciones sino-norteamericanas.
La obsesión persecutoria de Enver Hoxha tuvo dos expresiones
bien claras: la primera, la larga lista de amigos y enemigos que ordenó
encarcelar o ejecutar sin razones aparentes, tan sólo porque desconfiaba de
ellos. La segunda, que pronto Hoxha, como el general Franco, se convirtió en
una persona siempre temerosa de abandonar el país, pues era el único sitio donde se sentía seguro. De
hecho, el último viaje exterior del mandatario albanés se produjo en diciembre
de 1960, cuando fue a Moscú a la promenade de partidos comunistas; e incluso
ese viaje, como sabemos, lo hizo acojonado y pensando que lo podían matar.
En realidad, el miedo territorial de Hoxha era peor que eso.
No sólo no se sentía seguro fuera de Albania; es que ni siquiera se sentía
seguro en la mayor parte de Albania. Casi toda su vida, durante dos décadas y
media, habría de desarrollarse en el llamado Bllok (abreviación de Blloku i
Udhëheqësve, el Bloque de los Líderes), un pequeño vecindario en Tirana. Hoxha
se alojó en este pequeño distrito, siempre vigilado por el Ejército y la
Sigurimi, en 1944; y ya no salió de allí. Allí sólo vivían los miembros del
Politburo y el presidente del Presidium; por eso Hoxha y Xoxe eran vecinos.
Hasta 1947, el Bllok fue una zona de libre acceso por los paseantes, pero desde
entonces se cerró para el común de los mortales.
Como ya sabemos, en el Moscú soviético hubo un experimento
muy parecido, la conocida como Casa de Gobierno, un edificio majestuoso con
decenas de apartamentos que tenía teatros, una clínica, cines, tiendas y
restaurantes en su interior, todo para el disfrute de los inquilinos, todos
ellos jerifaltes del Partido. El Bllok, sin embargo, llegó más lejos. Desde
luego, también tenía atracciones al alcance de unos pocos, como la denominada
Casa del Partido, donde los vecinos iban al cine (a ver pelis prohibidas en
Albania) y todo eso. Pero, además, aquel lugar se convirtió, más que en la sede de una elite, en la finca de una tribu. Con los años, el aislamiento de los
hombres y las mujeres del Bllok fue tan fuerte que comenzaron a casarse entre
ellos. Negando ya del todo las esencias del comunismo, el poder en Albania
comenzó a definirse a través de alianzas matrimoniales, como en los tiempos
feudales. Como siempre, todo lo empezó Hoxha, cuando casó a una sobrina suya
con el hermano de Gogo Nushi, un destacado comunista. Poco después, Hysni Kapo
se casó con una Kondi, es decir, la hermana de Alqi y Pirro, otros dos
conspicuos miembros de la elite del poder. Uno de los poquísimos casamientos
con gente “de fuera” fue el de Sokol Hoxha, el hijo de Enver, que se casó con
una alien llamada Liljana.
Una vez que rompió con la Unión Soviética, el comunismo
albano se entregó a un culto total a la figura de su líder. Enver Hoxha comenzó
a estar presente en la vida de los albaneses más o menos como Kim Jong Un.
Siendo Albania un país tan pequeño, parecía que no podía tener competencia.
Pero la tenía.
Un día, en medio de la década de los sesenta del siglo
pasado, la embajada de Albania en Roma recibió una carta. Provenía de Calcuta,
en la India, y la remitía una monja que vivía allí. La monja se llamaba Teresa,
y en la carta pedía que su madre, que entonces tenía 80 años, pudiera salir de
Albania para ir a Roma a recibir tratamiento médico. Teresa la monja había
dejado Albania en 1928, pero tanto su madre Drane como su hermana Aga seguían
en el país. La carta, además de Teresa, la firmaba su hermano, Lazër Bojaxhiu,
un antiguo capitán de artillería en el ejército de rey Zog que había dejado el
país durante la guerra y se había establecido en Palermo.
Gonxhe Bojaxhiu, que era el nombre de la monja antes de
serlo, procedía de una familia étnicamente albanesa que, sin embargo, vivía en
Skopje, en Macedonia (hoy). Cuando la ciudad pasó a formar parte del nuevo
reino de los serbios, los croatas y los eslovenos, la familia decidió
trasladarse a Albania. Siguiendo la llamada de Dios, Gonxhe tomó los hábitos y
el nombre de hermana Teresa y decidió servir en Calcuta.
La hermana Teresa, convertida en madre Teresa, creó una
orden dedicada a los más pobres de una de las naciones más pobres del mundo. Su
fama se acrecentó y, cuanto más famosa era, más esfuerzo hacían las dos
Bojaxhiu residentes en Albania, madre y hermana, por esconder dicha relación,
pues temían que los comunistas no se lo tomasen muy bien. Teresa, que no había
vuelto a ver a su madre y a la otra hija de ésta tras marcharse a Calcuta, sí que se reunió
con su hermano Lazër en Roma, en 1959. Estuvo diez años sin recibir ninguna
carta desde Albania, aunque logró saber que su madre y hermana estaban en
Tirana, vigiladas, y que sólo se les permitía escribir una carta al mes; cartas
que, de todas maneras, eran censuradas en su práctica totalidad.
La cosa es que, en 1965, la salud de Drane, la madre,
empeoró significativamente. Así que ella y su hija escribieron al hermano
palermitano. Fue Lazër quien concluyó que la mejor solución para su madre no
era enviarle medicinas que podían ser incautadas, sino que se trasladase a Roma
durante un mes, por ejemplo. Escribió una carta a la embajada de Albania que no
recibió respuesta. Escribió una segunda, avalada por el Ministerio de Asuntos
Exteriores italiano y con el apoyo del Vaticano, to no avail. Eso sí, el
embajador contactó con Lazër para informarle de que los hospitales albaneses
eran cojonudos.
En ese ambiente se produjo la petición de la madre Teresa.
Ella sabía bien lo que estaba haciendo y lo que iba a pasar. La carta generó un
vivo interés en Occidente. A partir de ese momento, todos los países que tenían
unas relaciones medianamente adecuadas con Albania comenzaron a presionar a su
Ministerio de Asuntos Exteriores para que se hiciese algo por Drane Bojaxhiu.
Sin embargo, el régimen permaneció impasible el albanés.
La madre Teresa, entonces, cambió de estrategia, y decidió
pedir permiso para pasar una semana en Albania. Éste fue el gesto que elevó el
tema mucho más alto de lo que hubiera deseado Enver Hoxha.
La cosa adquirió un tinte tan importante que, en París, el
embajador albanés fue convocado por el mismísimo ministro de Exteriores francés
para tratar el tema. Le pidió que trasladase la petición a Hoxha, y que le
dijese que tanto el presidente francés, Charles de Gaulle, como la primera dama
emérita estadounidense Jacqueline Kennedy tenían un interés personal en el
asunto.
Hoxha convocó inopinadamente a Kadri Hazbiu, su ministro del
Interior, para tratar el tema. Se informó sobre quién era la madre Teresa y
encargó un largo dosier sobre el tipo de personas que visitaban a su familia en
Tirana. Claramente, su paranoia le llevó a pensar que aquella señora de hábito
era una espía o algo así. Así pues, finalmente, denegó la visa de la monja.
Ésta, sin embargo, cada vez recibía más apoyos.
El 14 de julio de 1972, la madre Teresa recibió un telegrama
de su hermano Lazër que, simplemente, decía: “Reza por madre. Murió el día 12”.
Aga, la hermana, la siguió en 1973.
Lazër Bojaxhiu tampoco regresó nunca a Albania. Murió en
1981. La madre Teresa, sin embargo, sí vivió para regresar a Albania, en 1990,
cinco años después de la muerte de Hoxha, y muy pocos meses antes de que el
régimen comunista colapsase.
La indiferencia de Hoxha hacia los sufrimientos de la madre
de la madre Teresa forma parte de la saña con la que el régimen comunista
albanés se aplicó contra la religión (y que es una de las razones por las
cuales Albania es hoy un país tan rabiosamente religioso; porque una de las
cosas que los comunistas nunca han entendido es que, cuanto más le das a
alguien por culo, más macho se vuelve). Un caso bien claro de lo que digo es el
del sacerdote Dom Shtjefën Kurti. Dom Kurti fue arrestado en 1971 después de
haber bautizado a un bebé en la propia casa de sus padres. El típico cuñado
rocapollas denunció al cura y a los padres a la Sigurimi. El padre del niño fue
al maco, y no volvió a ver a su hijo hasta que tenía 19 años. Por su parte, Dom
Kurti fue sentenciado a muerte y ejecutado a finales de 1971. Su muerte fue
oficialmente ocultada, de modo que, meses después de la ejecución, todavía
amigos suyos se presentaban en la prisión para llevarle comida. A día de hoy,
no se conoce ni la fecha de la ejecución, ni dónde está enterrado; si es que
está enterrado, claro.
El martirio de Dom Kurci permaneció unos meses en lo oscuro.
El Vaticano, que se me hace bola pensar que no sabía absolutamente nada del
mojo, no movió ficha, pues ya se sabe que los campeones de los pobres y de los
desamparados sólo los amparan cuando no tienen más remedio, o cuando ven la
ocasión de hacer negocio. Sin embargo, a principios de 1973 una mujer que había
sido testigo del juicio de Kurci salió de Albania y llegó a Austria, y comenzó
a largar. Ahí, ya, los Francisquitos no se pudieron quedar quietos, claro. Comenzaron
a tocar palillos y consiguieron que Albania, que ya de por sí era un país
diplomáticamente aislado, se convirtiese, literalmente, en un paria
internacional. Habían matado a un sacerdote tan sólo por hacer su trabajo
(aunque eso, repito, mientras no se supo no había importado, ni poco, ni mucho,
y las memeces del Francisquito desde su balconcito nunca habían encontrado un
momentito para comentarlo hasta que fueron otros los que lo comentaron).
El 28 de abril de 1973, abrumado, el régimen comunista
albanés se vio obligado a hacer público un comunicado a través de radio Tirana,
reconociendo la ejecución. Eso sí, la Prensa albanesa se apresuró a publicar
que Dom Kurci era en realidad un agente que trabajaba para los italianos, los
británicos y los estadounidenses. Se informó oficialmente de que había sido
ejecutado por sabotear la cooperativa agraria en la que trabajaba.
En Brindisi, poco después de su elección como PasPas, el
polaco Juan Pablo II hizo un discurso muy duro y crítico con el régimen
albanés. Por su parte, el presidente estadounidense Ronald Reagan consideraba
que la historia de Dom Kurci era una de las más tristes que jamás había
escuchado.
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